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Le cuento...

Publicadas por jagperiodismo@gmail.com
-Mi querido Juan, convéncete, nosotros solo miramos la historia por el ojo de la cerradura. Jamás seremos protagonistas de la misma. Sí, y puedo asegurártelo, seremos parte de los alcahuetes que contaremos parcializada y fragmentada la época de locos que vivimos y algo de la que seguramente vendrá, mucho más enajenada y cruel.
Así, sin vueltas, me hablaba Talemaco Oscar Núñez (Telema) gran periodista y mejor contador de cuentos, con quien solíamos compartir pensamientos, charlas, fotos y notas. Salteño hasta la médula, recorredor de medios, como decía, pues cambiaba de trabajo como de novia.
Siempre dispuesto a inventar una nueva modalidad de informar. En casos lo logró, incluso fue copiado grotescamente por los porteños, cuando comenzó a dividir los epígrafes de las fotos con la descripción y debajo, una frase sobre el tema que trataba.
Era inconformista en el amor, el juego y el trabajo, pero, noble, atento y leal en la amistad.
Precursor de la presentación elegante y respetuosa del entrevistado, dando datos precisos y concretos, tratando siempre de usted y pidiendo disculpas por sus preguntas, fuera quien fuera entrevistado. Un trabajador, un barrendero y el encumbrado político recibían su trato sin diferencias.
Y traigo a cuenta este recordado amigo, porque su frase inicial de presentación y algo de sus características le darán marco necesario para la historia que les contaré.
Caminando las calles de Neuquén ciudad, tras 20 años de aquella frase de Telema, me encuentro con un contingente de turistas varados por un problema en el aeropuerto local.
Cinco mujeres noruegas, dos alemanas, un japonés con su esposa y cuatro muchachos alemanes, agobiados por el calor intenso, entraron a un conocido pub de la ciudad.
Como había poco lugar y los vi cuasi desamparado los invité a que se sumaran con algunas sillas a la mesa que ocupaba.
Un bello gesto amistoso del joven japonés y su señora, el agradecimiento en rudimentario español de las chicas y un gracias claro -en nuestro idioma- con un gran apretón de mano de los cuatro alemancitos, me reconfortó a quedarme, ya que había pensado en recibirlos y luego dejarlos solos.
Cuando me comentaron su odisea, traté con la gente del diario de averiguar como estaba la situación y como no había esperanzas de terminar con el problema esa misma noche, me aboqué a conseguirles alguna pieza en el hotel – imposible en temporada veraniega- o algún lugar en casas de familias amigas para que pudieran bañarse y pasar la noche.
La alegría de haber conseguido alguien que los ayudara, hizo que la corriente de simpatía fuera inmediata, lo que animó la mesa y las dos jornadas que debieron pasar en la capital neuquina.
A la salida de mi trabajo me estaban esperando varios de ellos para tomar el café y charlar. Los otros, el matrimonio japonés y tres chicas noruegas, habían trabado una buena amistad con Graciela, una exquisita mujer, amiga cordial y gran persona.
Las charlas con mis nuevos amigos extranjeros giraba siempre en lo mismo, informarse de costumbres, formas de vida y modos de transportes ágiles, pues los integrantes del grupo eran antropólogos y sociólogos que visitaban el país buscando temas para presentar un trabajo conjunto.
Una de esas charlas, como era lógico terminando el siglo, era la pobreza y la corrupción que había en el país.
Nada entendían, como había chicos de la calle, comedores escolares, viejos durmiendo en la calle, protestas sociales, etc.
Ellos habían entrado vía Bolivia y en ómnibus, lo que me complicaba convencerlos de lo que pasaba. Ellos habían visto sembrados, ríos, bosques, tabacales, bananares, cafetales, viñas, sembrados extensivos increíbles, que mostraban un país rico, con grandes bolsones de pobrezas y dirigentes ricos y corruptos como no hay.
Sin embargo – y para mi asombro total- me decían de las locuras y la desintegración social que se venía en toda Europa, debido al aquelarre que producía la tecnificación y el poder adquisitivo. Ellos se animaban a vaticinar que esta generación del 2000, sería la más cruel y desamorada de la historia del mundo... y aquí sí, comienza realmente lo más increíble de la historia, que termina en el año 2008, confirmando lo brutal de lo anunciado por aquellos chicos.
Sabe lo que es un Babyklappe?
Bueno, se podría traducir como buzón para recoger bebés. Y se compone de dos partes, una bolsa tipo alforja que los hospitales deben entregar a las madres antes de retirarse del lugar. Porque, si una madre decide desprenderse del bebe debe enfundarlo allí, abrir una gaveta tipo buzón (Babyklappe), tal un agujero de un montacargas que se encuentra en hospitales e iglesias alemanas y depositar el niño allí. El peso del crío hace que la base toque un timbre a los tres minutos de haber cerrado la puerta, tiempo suficiente para que la madre desaparezca del lugar y seguir en el anonimato. Es decir, lo abandona, lo tira y todavía le regalan la posibilidad del anonimato.
Entre los miles de locos argumentos esgrimidos por los dirigentes, uno – quizás el más coherente- fue la de detener la ola de crímenes de recién nacidos por madres desesperadas....¿?.
Imaginen los otros fundamentos.
Cuando estos muchachos alemanes y noruegos me lo comentaban, verano del 2002, solo era un proyecto loco que se estaba estudiando, pero que jamás se le hubiera ocurrido a un alemán que se llegaría a ello. Sin embargo, a principios del 2008, la noticia apareció en las planas de los diarios, aunque sospecho que ya venía de mucho tiempo antes.
Cabe preguntarse aquí:
¿No saldrá un humano a descalificar y a protestar por esto?
En pleno mundo informado, culturizado, industrializado, mecanizado, tecnificado...
¿Inventamos un basurero de niños, de humanos? ¿Y en las iglesias? ¿Y la oposición al aborto?¿Y la defensa de la vida?¿Y los derechos de los niños?...
La señal será: el nacimiento del niño. Así le anunciaron los ángeles la llegada de Jesús a los pastores.
¿Será ésta la señal del fin, tirar un hijo, un niño?
No se equivocaba mi querido Telema, el mundo sería más enajenado, procaz y cruel... Y yo, solo un alcahuete de una parte ínfima de la historia. Juro que no se equivocó en nada.

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