Notable, increíble... humanizó el boxeo y le dio la estatura justa a un deporte considerado brutal, pero legendario.
Así inicié un encabezamiento de una nota al genial hombre del ring, al Chaplin del boxeo, al humanizador del boxeo, al intocable, al único, al genial, etc. etc.
Yo apenas un principiante y Nicolino ya estaba a punto de ser historia sagrada, más que un boxeador.
Me llevé al boliche en que me citó, un machete de casi cincuenta preguntas, de las cuales usé solo dos o tres.
A los diez minutos, no me interesaba un carajo la nota, solo escuchar la infinidad de anécdotas cómica y de las otras, en las cuales hacía de apuntador un conocido de Loche, que se había sumado a la mesa.
Vi millones de veces el video de Loche con Fujii, cuando se trajo la corona, y todavía, a más de cuarenta años, no puedo creer que un humano fuera capaz de lograr semejante dominio de su cuerpo, vista e inteligencia, para desbaratar cualquier intento del rival.
Hacer que un hombre dispuesto a lastimarte, ganarte por fiereza, por fuerza y por golpearte hasta al cansancio, se convierta en un amilanado, en un derrotado por anticipación, es un mérito imposible de calificar, clasificar y de explicar.
Loche era eso, una intríngulis imposible de descifrar.
Era una ráfaga y cuando el rival esperaba el golpe brutal, ese que lo daría por tierra, se daba cuenta que ya no estaba, Loche había dejado la tarea y estaba caminando en círculos, hablando con la platea o buscando posición en la cuerda, mientras la cara de asombro y de desconcierto de su rival denunciaba que ya era todo de él. Ya sabía que ese hombre no lograría tocarlo, lastimarlo...
“A fuji le pegué tanto, que ya después no me quedaban piñas para las otras peleas. Era loco el Japo, tiraba sin medir, sin mirar y yo lo surtía de todos lados. Me decía: Puk, puk o algo así, entonces como yo creía que me decía puto, lo surtía, le di como en bolsa”.
No tuvo límites en su bonachona forma de entender la vida. Era simple y hasta diría ingenuo.
La plata, los trofeos y su físico de lo llevaron sus amigos, el cigarro, el alcohol y algunas minas. Pero era tan increíble, que siempre le sobraba amor para dar.
Le rogué que me guardara un par de guantes y comenzó a reírse con ganas.
“Pibe, ni guantes para el frió me quedan”
Me fui de allí con dos ideas fijas. Una, la de escribir la mejor nota de mi vida, a beneficio de quien me había dado la mejor clase de boxeo que jamás se repetiría, y la segunda, quedarme para siempre con aquellas anécdotas maravillosas.
Pero éste espacio es tan íntimamente mío, y tan inmensamente de ustedes, que voy a contar una que es cómica, pero también fuerte, aunque terminó bien la cosa.
Quién la contó, fue aquel amigo que se había sumado a la mesa, lo hizo en su presencia y Nico no la negó, solo reía complacido y feliz, por tanto la doy como real.
Una noche en un cabaret, adonde habían llegado para festejar la compra de un negocio con un socio, un borracho corpulento, se enojó como loco porque la mujer que estaba con él, al ver a Nicolino, fue hasta su mesa y lo sacó a bailar una cumbia.
El tipo lo encaró con un cuchillo, se armó un revuelo de locos y la gente se interpuso entre el loco y él.
Si embargo, Nicolino en vez de irse se quedó a tomar su copa.
Y vuelta el loco a molestar, agraviar y desafiar a Loche. Borracho y todo se daba cuenta que podía agrandar su fama, si golpeaba fiero a semejante personaje.
Llegó un momento que arrojó su whisky al ex boxeador, que en vez de levantarse y desafiarlo, atinó ir hasta el micrófono del lugar y desafiarlo.
La gente no lo podía creer, semejante energúmeno lo mataría, pero lo que pasó es una cosa de locos.
Nico, aduciendo un problema en la mano que no le permitiría pelear, pero para no dejar manchado su nombre lo desafiaba al hombre a tomar whisky hasta que alguno cayera.
Y el tipo aceptó.
Se llenaron dos jarras, una frente a cada uno.
Loche con cara de otario, dijo que como era el local, debía empezar a tomar hasta que se las aguantara, agregando a la pasada, que, no sería mucho porque lo veía flojito.
El tipo ya loco y herido en su amor propio, empinó la jara y casi la toma a toda, pero no pudo porque cayó como una bolsa de papas.
Nicolino en vez de burlarse, pidió que lo llevaran al baño y lo ayudaran.
Un parroquiano le preguntó como pudo hacer eso, que era peligroso, entonces dijo:
"Así gané todas las peleas, haciéndoles creer que era fácil. Hasta que empecé a creer yo, que los demás eran fáciles".
Fue hasta su mesa, tomó el ultimo sorbo y salió para no volver más al lugar.
Si alguien le dice que murió, no le crea, siempre vivirá: porque fue único.
Yo apenas un principiante y Nicolino ya estaba a punto de ser historia sagrada, más que un boxeador.
Me llevé al boliche en que me citó, un machete de casi cincuenta preguntas, de las cuales usé solo dos o tres.
A los diez minutos, no me interesaba un carajo la nota, solo escuchar la infinidad de anécdotas cómica y de las otras, en las cuales hacía de apuntador un conocido de Loche, que se había sumado a la mesa.
Vi millones de veces el video de Loche con Fujii, cuando se trajo la corona, y todavía, a más de cuarenta años, no puedo creer que un humano fuera capaz de lograr semejante dominio de su cuerpo, vista e inteligencia, para desbaratar cualquier intento del rival.
Hacer que un hombre dispuesto a lastimarte, ganarte por fiereza, por fuerza y por golpearte hasta al cansancio, se convierta en un amilanado, en un derrotado por anticipación, es un mérito imposible de calificar, clasificar y de explicar.
Loche era eso, una intríngulis imposible de descifrar.
Era una ráfaga y cuando el rival esperaba el golpe brutal, ese que lo daría por tierra, se daba cuenta que ya no estaba, Loche había dejado la tarea y estaba caminando en círculos, hablando con la platea o buscando posición en la cuerda, mientras la cara de asombro y de desconcierto de su rival denunciaba que ya era todo de él. Ya sabía que ese hombre no lograría tocarlo, lastimarlo...
“A fuji le pegué tanto, que ya después no me quedaban piñas para las otras peleas. Era loco el Japo, tiraba sin medir, sin mirar y yo lo surtía de todos lados. Me decía: Puk, puk o algo así, entonces como yo creía que me decía puto, lo surtía, le di como en bolsa”.
No tuvo límites en su bonachona forma de entender la vida. Era simple y hasta diría ingenuo.
La plata, los trofeos y su físico de lo llevaron sus amigos, el cigarro, el alcohol y algunas minas. Pero era tan increíble, que siempre le sobraba amor para dar.
Le rogué que me guardara un par de guantes y comenzó a reírse con ganas.
“Pibe, ni guantes para el frió me quedan”
Me fui de allí con dos ideas fijas. Una, la de escribir la mejor nota de mi vida, a beneficio de quien me había dado la mejor clase de boxeo que jamás se repetiría, y la segunda, quedarme para siempre con aquellas anécdotas maravillosas.
Pero éste espacio es tan íntimamente mío, y tan inmensamente de ustedes, que voy a contar una que es cómica, pero también fuerte, aunque terminó bien la cosa.
Quién la contó, fue aquel amigo que se había sumado a la mesa, lo hizo en su presencia y Nico no la negó, solo reía complacido y feliz, por tanto la doy como real.
Una noche en un cabaret, adonde habían llegado para festejar la compra de un negocio con un socio, un borracho corpulento, se enojó como loco porque la mujer que estaba con él, al ver a Nicolino, fue hasta su mesa y lo sacó a bailar una cumbia.
El tipo lo encaró con un cuchillo, se armó un revuelo de locos y la gente se interpuso entre el loco y él.
Si embargo, Nicolino en vez de irse se quedó a tomar su copa.
Y vuelta el loco a molestar, agraviar y desafiar a Loche. Borracho y todo se daba cuenta que podía agrandar su fama, si golpeaba fiero a semejante personaje.
Llegó un momento que arrojó su whisky al ex boxeador, que en vez de levantarse y desafiarlo, atinó ir hasta el micrófono del lugar y desafiarlo.
La gente no lo podía creer, semejante energúmeno lo mataría, pero lo que pasó es una cosa de locos.
Nico, aduciendo un problema en la mano que no le permitiría pelear, pero para no dejar manchado su nombre lo desafiaba al hombre a tomar whisky hasta que alguno cayera.
Y el tipo aceptó.
Se llenaron dos jarras, una frente a cada uno.
Loche con cara de otario, dijo que como era el local, debía empezar a tomar hasta que se las aguantara, agregando a la pasada, que, no sería mucho porque lo veía flojito.
El tipo ya loco y herido en su amor propio, empinó la jara y casi la toma a toda, pero no pudo porque cayó como una bolsa de papas.
Nicolino en vez de burlarse, pidió que lo llevaran al baño y lo ayudaran.
Un parroquiano le preguntó como pudo hacer eso, que era peligroso, entonces dijo:
"Así gané todas las peleas, haciéndoles creer que era fácil. Hasta que empecé a creer yo, que los demás eran fáciles".
Fue hasta su mesa, tomó el ultimo sorbo y salió para no volver más al lugar.
Si alguien le dice que murió, no le crea, siempre vivirá: porque fue único.
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