Al amigo, al lejano hermano, que en medio de una gran mole de hierro, mampostería y cemento, dejó su vida correr, como si supiera que el regreso no fuera posible.
Para “Cucho”, capitán.
En Berisso, ya habían chupado a su hermana y a cinco amigos, él de paso por Colón, comió el asado con nosotros, y anunció su partida.
Es muy lejos hermanos. Tal vez no los vuelva a ver, me han sentenciado a morir lejos de mis paisajes, de mis sueños, de mis calles y de mis amigos.
Sé, que solo me voy para dejar un poco más tranquila a mi madre, pero nada más, ya tiene ella su cancerosa herida con la desaparición de mi hermana.
Te doy el último abrazo, me dijo, ese que me voy a llevar para que me cobije cada noche... y tu, compláceme amigo, alza la copa cada vez que bebas de éste vino, entre amigos o solitario frente al tocadiscos, levántala mirando el norte, que me parecerá estar escuchando a nuestro Carlos Di Fulvio, o alzándome en llama, cada vez que don José Larralde, hable.
Yo recibiré tu calor y me dormiré más tranquilo.
Chau hermano, te dejo esto de recuerdo - me dio su cinto - para que cada vez que lo uses, te acuerdes que tuviste un hermano, no, un amigo...
Pasaron quince años, para que una mano se posara en mi espalda y dijera:
-Pollito ¿Sos vos?..
Era L. H. C de F, la hermana menor de mi hermano, el Cucho.
Allí me enteré que fue a buscarlo, pero de nada sirvió.
Se había decidido a morir con treinta y seis años. Se dejó morir. Droga, alcohol y miseria habían hecho el milagro de derrumbarlo.
Sentí un profundo desgarro y lloramos abrazados en Plaza Miserere.
Nunca supe por qué, pero me levanté, la besé con toda el alma en sus mejillas aún calientes del llanto, la abracé como para dejarle mi alma, di media vuelta, entré a la terminal, tomé mi ómnibus y nunca más puse mi rostro frente a ellos. Su familia, ya demasiado llanto han derramado, como para que mi rostro los vuelva a la difícil tarea de recordar.
Tal vez si ustedes escuchan éste poema, se darán cuenta que cada cosa que uno escucha, ve o palpa diariamente, es porque uno está vivo, pero casi muriendo por tener memoria.
A “Cucho” In memorian. Mi amigo, mi hermano.
En Berisso, ya habían chupado a su hermana y a cinco amigos, él de paso por Colón, comió el asado con nosotros, y anunció su partida.
Es muy lejos hermanos. Tal vez no los vuelva a ver, me han sentenciado a morir lejos de mis paisajes, de mis sueños, de mis calles y de mis amigos.
Sé, que solo me voy para dejar un poco más tranquila a mi madre, pero nada más, ya tiene ella su cancerosa herida con la desaparición de mi hermana.
Te doy el último abrazo, me dijo, ese que me voy a llevar para que me cobije cada noche... y tu, compláceme amigo, alza la copa cada vez que bebas de éste vino, entre amigos o solitario frente al tocadiscos, levántala mirando el norte, que me parecerá estar escuchando a nuestro Carlos Di Fulvio, o alzándome en llama, cada vez que don José Larralde, hable.
Yo recibiré tu calor y me dormiré más tranquilo.
Chau hermano, te dejo esto de recuerdo - me dio su cinto - para que cada vez que lo uses, te acuerdes que tuviste un hermano, no, un amigo...
Pasaron quince años, para que una mano se posara en mi espalda y dijera:
-Pollito ¿Sos vos?..
Era L. H. C de F, la hermana menor de mi hermano, el Cucho.
Allí me enteré que fue a buscarlo, pero de nada sirvió.
Se había decidido a morir con treinta y seis años. Se dejó morir. Droga, alcohol y miseria habían hecho el milagro de derrumbarlo.
Sentí un profundo desgarro y lloramos abrazados en Plaza Miserere.
Nunca supe por qué, pero me levanté, la besé con toda el alma en sus mejillas aún calientes del llanto, la abracé como para dejarle mi alma, di media vuelta, entré a la terminal, tomé mi ómnibus y nunca más puse mi rostro frente a ellos. Su familia, ya demasiado llanto han derramado, como para que mi rostro los vuelva a la difícil tarea de recordar.
Tal vez si ustedes escuchan éste poema, se darán cuenta que cada cosa que uno escucha, ve o palpa diariamente, es porque uno está vivo, pero casi muriendo por tener memoria.
A “Cucho” In memorian. Mi amigo, mi hermano.
Atahualpa Yupanqui: El árbol, el rió, el hombre
Haga click sobre lo subrayado y bajará el archivo.
silvia Said,
Buen relato.Realista y doloroso.Me gustaría conocer más relatos o cuentos tuyos. Un abrazo,
Silvia Loustau
Posted on 6 de marzo de 2008, 11:49 a. m.