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Pueblos indigenas

Publicadas por jagperiodismo@gmail.com
El 12 de octubre de 1492, el Capitalismo descubrió América. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el Almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor.
Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se equivocó.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible.
América, ciega de racismo, no las ve.

Eduardo Galeano


Era de ellos

Era el espacio de ellos,
tenían las estrellas y el cielo
las plantas, los pájaros, el río
y el horizonte no les era ajeno.

Dicen que las gramillas y los pájaros,
hablaban entre ellos...
y que las aguas del río
acunaban a los niños en cunas de cuero.

Me contaron que la piedra, pudo ser ruca,
plato, cuchillo y ventisquero...
Que el fuego servía de guía, de estrella,
y amainaba el invierno.

Eran dueños de todo, pero no querían nada,
solo deseaban vivir en ese suelo.
El que vio nacer a sus tatas, a sus hijos
y a sus nietos...

Pero la codicia sin fin, los despojó de todo.
Del río, la tierra, las estrellas y el cielo.
Se les quedaron hasta con su voz...
Y a sus dioses dieron por muertos.

Nada les quedó, solo el coraje y el silencio,
hubo de verlos luchando y muriendo.
De nada sirvió el coraje, de nada la lucha cruenta,
los trocaron por oro, los secaron... se murieron.

Hubo también un pastor, una Biblia y un rezo,
una ayuda procaz, desmedida y grosera,
Hubo quién hablo de patria, de civilización y destierros,
hubo quién los velara, pero no quien enterrara sus muertos.

Ellos están allí, frente nuestro, de cara al sol
Con sus hijos, nueras y nietos...
esperando que vuelva en verano,
lo que les robaron en el invierno.

Era el espacio de ellos,
tenían las estrellas y el cielo
las plantas, los pájaros, el río
y el horizonte no les era ajeno.

Juan Alberto Guttlein
De La Deuda impaga

El Párrafo de Galeano es maravilloso, y para mi, un honor que un poema mío esté allí, clavado bajo semejante escrito.
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